
Estar hechos de tiempo significa estar abocados a la muerte, ¡que poco nos importaría el tiempo si nos creyésemos inmortales! Nos desentenderíamos de él como los niños pequeños, que nos dicen “ ¿te acuerdas de ayer..?” y se están refiriendo al verano pasado…¡o a esta misma mañana!. La temporalidad es la conciencia de nuestro tránsito hacia la muerte y del tránsito del fin de las cosas que amamos. Por eso nos urge, por eso nos angustia, por eso nos empuja a la melancolía…o al desafío.
Y nos preguntamos, ”¿quién es el tiempo? ¿soy yo mi tiempo?” a esta inconsistencia transitoria le escribía Borges: “ El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”
Ser temporales es siempre vivir poco, pero también proporciona un sabor fuerte, intenso, a la brevedad vital que paladeamos. La vida nunca puede dejarnos indiferentes porque siempre se está acabando: y el acecho de la muerte vuelve desgarradoramente interesante el más insípido de los momentos.
Me uno a las mil complicidades de quienes saben que van a morir para afirmar juntos la presencia de la vida.